sábado, marzo 15, 2025
- Advertisement -spot_imgspot_img

Una madre en su lecho de muerte; por Marbella Díaz Wever

- Advertisement -spot_imgspot_img

Marbella Díaz Wever

Andrés Eloy Blanco, diplomático, poeta y político venezolano, enalteció a su madre en la víspera del año nuevo de 1923 en Madrid, escribiéndole a su progenitora desde la distancia, cómo celebran la Nochevieja en España.

A través de su prodigiosa pluma nos dejó un poema de reliquia: “Las Uvas del Tiempo”.

En uno de los extractos, apunta: “¡Yo estoy tan sólo, madre, tan sólo!, pero miento, que ojalá lo estuviera; estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año pasado que se queda”…, “Madre, cómo son ácidas las uvas de la ausencia…”.

La primera vez que escuché “Las Uvas del Tiempo”, fue un 31 de diciembre, a pocos minutos de la medianoche de hace unos cuantos largos años. Sentados alrededor de la mesa y saboreando las 12 uvas, mi hermana sintonizó Radio Puerto Cabello 1290AM, estoicos e introvertidos cada uno hacía su balance personal mientras el locutor narraba el poema.

Mi madre con alegría gritaba “falta poco, falta poco”, “se va el año, se va el año”, mientras mi padre alistaba la champaña, preludio para los abrazos, la alegría y las lágrimas.

Seguido el brindis, corríamos al balcón para mirar las luces de bengala que los buques en alta mar lanzaban al son de sus sirenas.

Bellos recuerdos de mi adolescencia que florecen al escribir estas líneas, para ser honesta, uno de los pocos momentos para abrazarnos todos durante el año.

Se acerca el segundo domingo de mayo, otro nuevo Día de las Madres y aquí estoy agradeciendo estas ácidas uvas viendo caer la lluvia.

Confieso que nunca imaginé acompañar a mi madre, con pocas manos alrededor, en su procesión enfermiza, llámese Demencia o Alzheimer, una triste fase terminal desde su lecho de muerte y, que pocos comprenden tal fragilidad.

Fluir con coraje a su lado ha sido un proceso poco fácil. Nadie quiere ver a una madre consumirse hasta apagarse o extinguirse.

Es como velarla en vida.

El todo y la nada.

Cada paso es una gota a la eternidad.

Muchas veces imaginé su vejez, sentada en un mecedor, leyendo un libro de oraciones, con un bastón a su lado dando instrucciones de limpieza, pero el viento sopló distinto y de pronto sus neuronas comenzaron a disiparse hasta adormitar su cerebro.

Mi madre se fue yendo despacito, sin pausas.

Quizás deseando tener la fuerza suficiente para expresar sus emociones y sentimientos.

Disfrutar más a sus nietos y conocer a sus bisnietos.

No atino imaginar la última vez que conversamos plácidamente, así el telón de su vida consciente comenzó a bajar hasta desplomarse de unos meses para acá.

No hay emociones que hoy desentrañe de su rostro. Su mirada dispersa revolotea en la habitación, entre techo y paredes, un constante abrir y cerrar de ojos, sin poder escuchar su voz otra vez, solo pequeños lamentos.

Alguna lágrima salta de sus tenues ojos, deslizándose por sus mejillas sin significado cierto, igual que alguna sonrisa fugada. Sus manos cerradas no pueden tocarme y su rigidez le impide moverse.

Su cuerpo frágil y adolorido no soporta punto donde sea atrapado. El quejido adormitado la envuelve trémula cual grito silencioso en los penosos dolores durante las curas de las pústulas. Analgésicos y sedación son los “dulces lazos” que le devuelven un poco de paz y tranquilidad a un sufrimiento que agota.

Quizás los sorbos de agua y sopa no le saben a nada.

Mi madre ya no sabe de Día de las Madres, ni de hora, ni de meses, ni de años, menos de amores, tristezas o miedos; su corazón sigue latiendo y su respiración se torna agitada, desde su lecho de muerte, su alma espera la voluntad divina para retornar a la Casa del Padre.

Sólo Él sabe.

Esa es la verdadera libertad.

Esta es la vida finita.

La despedida es inminente.

Madre, el mayor regalo de amor me lo diste en vida, me pariste con dolor y tus pechos me amamantaron con ternura.

Te retribuyo con amor mi compañía y cuido hasta que Dios disponga.

Me quedo con tu recuerdo, tu alegría y constante consejo, el gran cofre que guardó mis profundos secretos.

El tiempo de colorear Mandalas también se marchó quedando como una pequeña alternativa para conectarte con la totalidad y el universo perfecto tratando de fortalecer la atención para expresar las emociones.

Nada fue en vano, todo tuvo un motivo.

Ya no hay memoria en ti pues se disipó.

La vida se gana en un suspiro y se pierde en un instante.

No podemos atrapar el aire, ni el fuego, ni el agua, ni la tierra.

Este intermedio bendito me ha hecho crecer y aprender.

Madre, cómo son ácidas las uvas de la ausencia.

Seguirás en mi corazón y seguiré sanando.

La tormenta pasará, nada es para siempre.

Hoy, te tomo de la mano y en silencio cuando nuestras miradas se crucen te hablaré con el lenguaje que me enseñaste en la infancia.

Seco mis lagrimas para regalarte una sonrisa.

Entre tú y yo no hay deudas.

Acepto tu derecho de marcharte.

Pues no me perteneces.

Dios te bendiga.

Estás en paz.

Te abrazo.

Te amo.

Gracias.

PD: Cuando se está en el lecho de muerte te das cuenta que la felicidad es una elección y que tendrías que haber sonreído de nuevo, mucho antes de estar muriendo.

Agradecida Dharma Cristina, joven maracucha, quien con dulzura durante un año me ha brindado su apoyo incondicional. DTB.

«Bendito día de las Madres».

- Advertisement -spot_imgspot_img
Recientes
- Advertisement -spot_img