Soledad Morillo Belloso
Hoy voy a buscar tus cenizas. Supongo que me las entregarán en una cajita sobria y elegante. Nada cursi. Habrá una misa. En el colegio San Ignacio. La oficiará el Padre Ugalde, a quien tú y yo respetamos y apreciamos. Como sacerdote y como ser humano. Ya me dirá él cuándo será esa eucaristía.
En esas cenizas no está tu alma. Ni tus ojos verdes de mirada serena. No está tu infantil adicción a los chocolates. No está tu sonrisa suave ni tu preguntarme cada vez que salía «¿a qué hora vienes?». Y siempre con la coletilla: «Tráeme un dulcito». No está tu mano tomando mi mano para caminar por tantas calles del mundo. No están tus besos acaramelados.
Son cenizas. Nada más. Tu alma la tenemos repartida entre Dios y yo. No fuimos. Somos. Seremos. Para siempre. Tan infinito como el universo. Amantes, amigos, esposos, compañeros, cómplices.
Dormí abrazada a tu almohada. Tiene tu olor. Lo tengo impregnado en la piel. No importa cuánto me bañé, no se borra. Tampoco desaparece tu mirada y nuestros te quiero.