Soledad Morillo Belloso
Caracas, 19 de diciembre, 2022
A dónde íbamos buscábamos una tienda de sombreros. Nos encantaban. Gorras, boinas, pamela, fedoras. De pajilla, de tela. De colores. Elegantes o cotidianos. De calle y de fiesta. Caminamos por muchas ciudades con nuestros sombreros.
Para las fiestas, te gustaba que yo me adornara el peinado. Con ganchos, flores, plumas, cintillos, redecillas. Decías que los ojos me brillaban más, con cierto toque de misterio. Poco nos importaba que dijeran que ya no estaban de moda.
Siempre me abotonabas el vestido. Decías que vestirme era el ensayo para cuando me desvistieras al regresar.
Y qué decir de tus corbatas. De seda y muchas de lazo. Hacían juego con tu personalidad, tus lentes y tu perfecto y atildado estilo. Te veías guapísimo. Siempre bien peinado y perfumado.
Te encantaba recibir invitados en casa. Cuidábamos cada detalle de la «mise en table». Con flores, siempre con flores. «Nuestra casa es su casa», le decías a amigos y familia.
Decías que las despedidas conmigo tomaban horas. Que siempre había algún «encore». Y bastaba que nos montáramos en el carro para que yo te dijera: «Nené, uf, me estoy haciendo pipí». Soltabas la carcajada: «No tienes arreglo…»
No importa cuán tarde llegáramos, me preparabas un café y curucuteabas en la nevera buscando algún dulcito. Y en tu mesa de noche yo te ponía tus chocolates.
En la cama, antes de cerrar los ojos, me preguntabas: «¿Me vas a seguir queriendo mañana?»… «Depende de si tú me vas a seguir queriendo mañana», te respondía. «Entonces, bien, me voy a dormir, porque estoy seguro que mañana te seguiré queriendo».