Luis José Gómez Mota
En el umbral del 2024, Venezuela afronta una travesía sin precedentes; la opresión y la esperanza se enfrentan una vez más mientras la nación, cansada de esperar un cambio para surgir, se dispone a reconstruirse en medio de las sombras de un gobierno que sumergió al país en una crisis económica, política y humanitaria al paso de hostigar a quienes se atreven a alzar la voz. Este año, marcado por unas elecciones presidenciales cruciales, promete ser un escenario donde el destino del país se cincela con la voluntad valerosa de su pueblo resiliente.
¿Qué hace a este año diferente de otros?
Sin lugar a dudas, y una vez más, el telón de fondo está matizado de dramatismo. La cúpula que por más de dos décadas ostenta el poder, ha llevado a la esencia misma de la democracia venezolana a la asfixia. Aun así, los ciudadanos, en busca de un cambio, no solo han logrado retomar el destino de sus vidas sino que enfrentan riesgos.
En primer lugar, los venezolanos en Venezuela entendieron que no podían pasar la vida esperando un cambio político y que, tan solo quizás, el cambio partía desde la ciudadanía misma; y no restando la responsabilidad del Estado en ser el garante de que existan condiciones para que las personas en el país cuenten con oportunidades, una parte de los venezolanos en Venezuela tomaron su propio rumbo, y ante la apertura de la economía y su dolarización de facto, existen segmentos de la población cuyos ingresos se han dolarizado y para estos la situación ha mejorado.
Sin embargo, no es la realidad de la mayoría, quienes no cuentan con ingresos en dólares, están peor que antes, porque sus costos también se dolarizaron. Por lo que, aunque se percibe una mejora que es evidente en el crecimiento del comercio, un poco de mayor poder adquisitivo y menor desabastecimiento, entre otros; hay estudios que revelan que la economía tendría que crecer un 10% anual durante casi dos décadas para recuperar el tamaño que tenía en 1997, un año antes de que Hugo Chávez, el mentor y predecesor de Maduro, ganara la presidencia por primera vez.
Y eso es, lo que Nicolás Maduro y su cúpula no pueden ocultar. El pueblo venezolano no solo es consciente de que viven en un contexto de inestabilidad política donde reina la opresión y son cada vez más los actos que vulneran los derechos humanos en el país, tampoco respaldan o avalan al gobierno las mejoras porque reconocen todo lo que han pasado para estar donde están ahora y que las luces, los nuevos lugares de esparcimiento, la conectividad de vuelos y los anaqueles llenos en los supermercados y abastos son una mínima parte de eso que podíamos vivir cuando la crisis no había llegado a nuestras vidas y más de 7.5 millones de venezolanos siquiera pensaba vivir fuera del país por tales razones.
Es una muestra de ese nivel de conciencia, lo acontecido el pasado 22 de octubre de 2023, donde más de 2 millones de venezolanos, dentro y fuera de Venezuela, fueron parte de un hecho histórico en el que, frente a todo pronostico y con un Gobierno que intentó evitar a toda costa unas elecciones primarias, se organizaron y manifestaron al elegir una candidata que para este 2024 se presente a elecciones contra Maduro; María Corina Machado, asegurando una ruta que se espera llegue hasta el final.
Las elecciones entonces se presentan como el campo de batalla donde la resistencia se encuentra con la oportunidad. Cada voto es una pincelada en un lienzo incierto, donde la voluntad popular lucha por liberarse. El riesgo es palpable, pero la posibilidad de cambio se eleva como un faro en la oscuridad.
Los desafíos que enfrenta Venezuela son colosales. Mientras que, fuera de Venezuela, los venezolanos desde cada rincón del mundo comienzan a manifestarse para que sea resarcido su derecho al voto desde el exterior y así poder participar en las futuras elecciones, la represión ha dejado cicatrices en la sociedad, y la desconfianza permea principalmente dentro del país aún no siendo limitante para actuar. Esto sin mencionar, la diáspora de venezolanos que huyen de la persecución cuando se acerca un nuevo proceso electoral, que si bien una válvula de escape, también es un recordatorio de las adversidades a las que se enfrenta el país y un motivo más para luchar, el volvernos a abrazar.
En medio de la desolación, la unidad del pueblo venezolano, aunque amenazada, persiste como una llama inextinguible. La comunidad internacional observa con atención, y la solidaridad con los que luchan por la libertad podría convertirse en un catalizador de cambio. La juventud, con su ímpetu y creatividad, se alza como una fuerza que desafía las cadenas de la opresión.
El mundo es testigo de la tragedia y la esperanza que se despliegan en el escenario venezolano. La lucha por la reconstrucción es también una batalla por la supervivencia de la democracia y la dignidad humana. La represión no solo amenaza a Venezuela, sino que resuena como un eco que alcanza a todos aquellos que abrazan los valores de la libertad.
El 2024 será recordado como un capítulo de resistencia y valentía en la historia de Venezuela. En este año crucial, donde los desafíos y las oportunidades, como las sombras y la reconstrucción, se entrelazan en una danza impredecible, el pueblo venezolano forjará su destino.
La reconstrucción es más que una tarea; es un acto de resistencia, una declaración de que la esperanza aún puede florecer en medio de las adversidades más oscuras.
Luis José Gómez Mota
Abogado venezolano, Coordinador para Colombia de la ONG Plan País, Fundador y presidente de la Fundación Yo estoy aquí en Venezuela y Colombia, Acreditado miembro UNESCO por la Federación Venezolana de Asociaciones, Centros y Clubes Unesco
Instagram: @lj_GomezMota