lunes, marzo 17, 2025
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“Don nadie”; por Marbella Díaz Wever

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Marbella Díaz Wever

Oscar Wilde, poeta, dramaturgo y escritor irlandés, citó una vez: “De mi que hablen bien o mal pero que hablen, porque al hablar bien de mi, alaban mis convicciones, mis atributos y por sobre todo mi personalidad, que se preocupen aquellos de los que yo no hablo, porque cuando una persona no se toma en cuenta, es porque no tiene ningún valor social y moral que ofrecer a la sociedad”.

Mi madre, mujer sabía, filósofa de la vida y con alto poder olfativo, decía: “No permitas que los demás te traten como si fueras un ‘Don Nadie’, haciéndote sentir que vales menos que ellos y aceptando sus desprecios, la verdad es que tu presencia les incomoda, porque en el fondo ellos ven en ti, lo que no hay en ellos, seres que esparcen en la orilla del mar su ruindad humana buscando un espejo donde reflejarse, para mantener su EGISMO, siendo ellos en el fondo los verdaderos Don Nadie”.

Vaya sabiduría la de mi vieja, quien escaneaba fácilmente a una persona sin ser vidente, pitonisa o maga sin escoba.

¿Pero, quién es Don Nadie?, NO es un hombre flaco, alto, de buen vestir; tampoco es una mujer de tacones, con un cigarrillo en la mano y la boca pintada de rojo; mucho menos los acaudalados con cuentas abultadas y finanzas con exorbitantes ceros; tampoco son aquellos individuos que se sudan para mantener a la familia, labrando la tierra o bajando los cerros a las 4:00 a.m.; NO, un «Don Nadie», es una creencia malsana e irracional, una palabra repetida millones de veces, con la que algunas personas definen a alguien, sea hombre o mujer, bien sea, porque no tienen recursos económicos, porque no están a altura de otros, porque se les considera una piedra en el zapato, porque su personalidad les incomoda en su entorno o, porque simplemente han decidido cerrarle las puertas de su círculo familiar bloqueándolos sutilmente.

El que menosprecia, se menosprecia,

el que envidia, no se valora,

el que señala, doblemente se señala a sí mismo,

el que juzga, que lance la primera piedra, también será juzgado.

«Don Nadie» apareció siglos atrás, como una “expresión” Hispanoamericana, utilizada por los terratenientes, blancos, espigados españoles, que tenían fortuna a costa de los esclavos o por herencia ancestral, para referirse a los mestizos, a los zambos o a los pardos, seres rechazados por sus castas.

Una manera grotesca de diferenciar al pudiente coronado de etiquetas y aquel necesitado coronado de esperanzas y fe.

Un “Don Nadie” era como aquel llamado “De Medio Pelo” en el siglo XVIII, quienes usaban sombreros de pelo en el centro porque eran más baratos y simples, personajes sin méritos.

El término «Don Nadie» se fue colando como el café hasta llegar a nuestros días, aún se mantiene en el vocabulario pues no se ha marchado del todo, tampoco ha desamparado el lenguaje de algunas madres que le dicen a sus hijas: “no te cases con un Don Nadie”.

La sociedad sostiene que un «Don Nadie» es aquel que poco trabaja y poco produce, personas sin influencia y escaso poder.

Lo triste es que hay quienes llegan al ocaso de la vida creyéndose que son merecedores de esta connotación, peor aún, muchos desde lo más profundo de su ser sienten que en verdad son un «Don Nadie» o una «Doña Nadie».

El poder de las palabras hace mengua el autoestima, el autoconcepto y la autodeterminación.

Muchas creencias o mandatos han hecho estragos nuestra valía.

Las improntas del universo familiar suelen ceñirse como sentimientos de sumisión y auto humillación pero también como de ambiciones, superioridad y posiciones narcisistas.

Fuimos creados para ocupar el primer lugar sin pisotear, para ver el horizonte sin tener que doblar el cuello.

Alza tus ojos al cielo, mira las estrellas y escoge una, así brillas tú.

Libérate de tus temores, no te quedes atrapado en la angustia y la ansiedad.

«Don Nadie» sólo existe en el vocablo hambriento y huérfano del que se acostumbra a dar la espalda y a convivir con la ingratitud.

Al final resulta agotador caminar calibrando qué estará pensando la gente de nosotros.

El propósito de la vida no es sólo “ser alguien”, mucho menos “ser nadie”.

Oscar Wilde y mi madre tenían razón.

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