Marbella Díaz Wever
Venimos a este mundo a cumplir una misión, un propósito de vida, pues se comienza a escribir una historia desde antes del alumbramiento y a partir del momento en que se suspende el cordón umbilical, enlace entre madre y neonato.
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Con el devenir del tiempo, infancia, adolescencia, juventud y años mozos, se van convirtiendo en pasado.
Las historias y lealtades familiares, las primeras amistades, los cuentos, las leyendas y tradiciones, la relación con nuestros abuelos, tíos y primos, marcan y moldean nuestro tránsito en esta comarca.
Hay investigadores que han señalado: “Cada célula de nuestro cuerpo es un corazón, otros afirman que es un alma”.
La verdad es que en cada célula está inscrito un mensaje u información genética, más allá del ADN, que de no ser sanado, probablemente se convertirá en una enfermedad psicosomática que pertenece a la generación ancestral. Ese dolor no es nuestro, tampoco ese regalo.
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Querido pasado eres un lugar de referencia no un lugar de residencia, cuando volvemos la mirada a ti es sólo para visitarte, para mejorar el presente pero no para quedarnos a vivir ahí.
De la ignorancia del ayer surge la sabiduría en el hoy. No hay duda que el aquí y el ahora es el mejor tiempo, porque es lo elegido desde la madurez y experiencia.
Somos semillas sembradas por el Creador, nos convertimos en árboles de gran altura, cuyas raíces se alimentan de la lava, energía divina.
El filósofo y teólogo danés, Soren Kierkegaard, decía: “La vida sólo puede ser entendida mirando hacia atrás pero vivida con la mirada frontal, rompiendo las cadenas y liberándonos de la condena, para vivir el presente con la mirada de frente”.
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Querido pasado ya no hay procrastinación, de volver a nacer quizás elegiríamos vivir algunos momentos a los ya vividos, otros rotundamente NO repetiríamos.
El pasado se repiensa y replantea para convertirnos en mejores personas; soltar, dejar ir, observar por la rendija de la ventana para ver partir y luego bendecir.
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Querido pasado has pasado, así como las hojas se caen y cambian de color, igual se renace con cada transformación.
El camino de la vida es para recorrerlo a cabalidad, mejor descalzos para conectar con la verdadera madre, “La Tierra”, pues en cada pisada yacen las cenizas o el polvo de nuestros ancestros.
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No hay logro sin obstáculo, del error se aprende la lección.
Nadie dijo que sería fácil, direcciones equivocadas, encrucijadas sin semáforos, tierra movediza, doble vías sin barandas, calles ciegas, vuelta en U, subidas y bajadas, en fin hemos conducido impulsados por nuestro propio motor, dejando huellas irrepetibles.
Un piloto que se llama amor propio.
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Guindemos en el perchero el pasado impuesto, las conveniencias sociales, el “polvo” y las “telarañas” de una sociedad equivocada por patrones obsoletos que sacaba en procesión la “Mea Culpa” con un velón prendido y dándose golpes de pecho.
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La vida es para vivirla con aciertos y desaciertos, es un bolero como los de Armando Manzanero pero también es una tonada como las de Simón Díaz.
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En nuestras manos está vivir, de lo contrario, el hombre pasará a ser una especie en extinción.
Somos niños, adultos, abuelos y algún día también ancestros.
Estamos en el atardecer de la vida, miremos el horizonte, no contemos los años, el cuerpo lleva la cuenta.
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Querido pasado, llega el invierno y encenderemos una hoguera, hace falta el calor del otro, la luna de plata, para abrigarnos y seguir caminando.
Gracias mi tribu.
/MDW