Cuando uno camina por Caracas no puede sacudirse la sensación de sentirse observado. La mirada de Hugo Chávez, dibujada en un trazo negro que cualquiera reconoce al instante, está estampada en edificios de toda la ciudad. El comandante luce omnipresente, vigilante. Diez años después de su muerte por cáncer a los 58, el líder mesiánico que conectó con millones de venezolanos pobres se ha convertido en un icono. Desde la tumba sigue siendo el líder mejor valorado de Venezuela. Ningún político vivo, ni chavista ni opositor, le hace aún sombra a su figura.
Inés Santaeulalia/Juan Diego Quesada – El País
Días antes de asumir de su investidura en febrero de 1999, el presidente electo y Gabriel García Márquez compartieron un vuelo en avión. Al bajar, el Nobel colombiano escribiría: “Me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.
Chávez pudo ser las dos cosas, pero por encima de todo fue un líder amado por los suyos. El 5 de marzo de 2013, cuando un lloroso Nicolás Maduro anunció su muerte, miles de personas en todo el mundo pensaron que el chavismo no sobreviviría sin él. Era difícil ver en esa imagen de ministros desolados, considerados unos subalternos, la fuerza suficiente para mantenerse en el tiempo y vencer una y otra vez a una oposición siempre desnortada. Maduro, fontanero de la revolución del comandante y su mano derecha para solventar tropiezos, le sucedió porque así lo quiso Chávez. Y ahí sigue una década después.
El comandante muerto tiene un 56% de valoración positiva frente a un 22 de su sucesor, según Datanálisis. El director de esa encuestadora, Luis Vicente León, sostiene que el presidente murió en su punto máximo de popularidad y su imagen quedó congelada en plenitud, como la de Marilyn Monroe o James Dean. Primero el país era conocido por el petróleo, después por el concurso de miss universo y ahora lo es por Hugo Chávez.
Cuando llegó al poder fue como un barman que preparó el cóctel perfecto. Sus dos ingredientes fueron el dinero que dejaban las mayores reservas de gas y petróleo del mundo y los pobres que vivían en favelas en la que entonces era conocida como la Miami de América Latina. De los dos había demasiado y esa fue la clave de su éxito. Venezuela había vivido pendiente de la modernización técnica y de infraestructuras más que del reparto social o la pobreza. Chávez prometió darle la vuelta. Rafael Correa, expresidente de Ecuador coetáneo del comandante, recuerda desde su prisma que ”con Chávez mejoró muchísimo la equidad en Venezuela, por fin el petróleo fue para los venezolanos y la plata dejó de ir a los condominios de la oligarquía en Florida”.
Chávez inauguró un nuevo modelo de comunicación política, mucho antes de que nacieran las redes sociales. Desde su programa Aló, presidente, cada domingo hablaba durante horas con el pueblo. Les hacía creer incluso que tenían en su mano los nombramientos del Gobierno, que llevaba a concurso una vez los decidía para que los suyos le dieran su aval durante su programa. Siempre se lo dieron. En realidad nadie más que él elegía nada, pero la sensación era la contraria. Los desatendidos de una democracia imperfecta se sintieron con el expresidente los creadores de otra democracia también imperfecta, pero suya al fin y al cabo.
Las razones de por qué un sistema que llegó para liberar a los pobres sigue vivo una década después a pesar de unos niveles de pobreza escandalosos, de un éxodo masivo de nacionales que escapan de la crisis perpetua y de una deriva antidemocrática que comenzó Chávez y ha ahondado su sucesor son materia de diván de psicólogo. Pero existen algunas claves que ayudan a entender por qué el mito sigue venciendo a la realidad.
El chavismo, explica la politóloga y escritora Colette Capriles, es un movimiento complejo, una coalición con sus propios intereses que entró en una narrativa de cambio histórico formada por gente que venía de la vieja izquierda o de izquierdas más moderadas, pero también de sectores militares y sociales descontentos con la democracia construida. “El chavismo era para ellos un momento de cambio histórico, Chávez lo hizo posible, pero era mayor que él”, sostiene. El comandante empoderó a un sector de la población, y con eso no pudo acabar el cáncer de su líder.
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