(ENTREGA # 4 CON MOTIVO DEL BICENTENARIO DE LA TOMA DE PUERTO CABELLO)
Marbella Díaz Wever
El 03 de agosto de 1940, se escuchaba resonar el llanto del niño Manuel Alfredo Sabatino Hernández quien acababa de nacer de manos de una comadrona en la casa #24 de la calle Santa Bárbara, el segundo hijo de “Juanitica” Victoria Hernández de Sabatino (valenciana) y Federico Eduviges Sabatino D’ Cesare (porteño), llega al mundo para robustecer la familia.
Miguel Elias Dao, escribió: “Todo el que llega se siembra… Para salir de la ciudad el corazón protesta”.
Fue en la Iglesia La Caridad donde el sr. Juan Luís Chaurio y su esposa Dora de Chaurio llevaron a la pila bautismal al pequeño Manuel para cumplir con el sacramento católico, el padrino era dueño de un negocio de víveres frente a la Plaza El Mercado y gozaba de una fraternal amistad con los Sabatino-Hernández.

Nuestro entrevistado aprendió sus primeras letras en la escuelita de la maestra Moza Maduro C.; a los 8 años lo llevaron a vivir a Maracay con su hermana-tía Ida Sabatino y su esposo Pedro Hernández, estudió en el Colegio Humboldt y al año regresó a su ciudad natal para formar parte de los alumnos del Colegio La Salle ubicado en la calle Bolívar .
Formalizó la secundaria en el Liceo Miguel Peña hasta el cuarto año.
Los padres de Manuel eran personas muy conocidas y respetadas, misia Juana una costurera de buena talla, realizó muchos vestidos de novia en ese entonces y don Federico tuvo una Joyería al lado de la Bodega Española, posteriormente fue Superintendente del Banco Obrero.
AMISTADES DE LA INFANCIA Y JUVENTUD
“Ildemaro Tovar, Marcial Blanco, Chiricuto Romero, Elba Caricote, Yajure, Constanza Espinal, mis entrañables vecinos: Alonso Villalba, Cecilio Vicente Tobías, Andrés Eloy Blanco con quienes jugaba ‘librado’, ‘guataco’ y los días sábados íbamos al Segao a jugar pelota o volar papagayos; el actual Obispo Nelsón Martínez también fue vecino nuestro.
Mis amigas de adolescencia: Carmencita Jurado, Carmencita La Redonda, Zobeida Sangronis y la hija de Rapallo”.

PLAZA CONCORDIA
“La plaza Concordia era el centro de reuniones de los limpiabotas, el lugar donde el popular fotógrafo Bolivita hacía su trabajo con su cámara de fuelle; estaba la línea de taxi con sus chóferes vestidos impecablemente y muchas veces escuchábamos los juegos de pelota desde la radio de los carros; en Carnaval colocaban música bailable y en Navidad íbamos a patinar y disfrutar de los cohetes, las misas de Aguinaldo eran una fiesta donde los porteños se daban cita para cumplir con las tradiciones y admirar el arbolito que colocaban y encendían a manera de recreación navideña.
En los alrededores de la plaza estaba la Zapatería Concordia de mi hermano Alfredo, la Bodega Española, el Bar Roma, la Bodega Pizzolante, la Farmacia Alemana, el almacén La Chiquita, frente a don Antonio Pizzolante había una librería cuyo dueño vestía con corbata y leontina.

La calle Bolívar fue pavimentada en 1927 con sus aceras rústicas, allí vivían los Moratinos, don Carlos Rogelio Ross, don Simón Aular, el viejo Paneflé, los Aristiguieta, don Elías Sapeg, don Vicente Pérez Alvarado, los Maggio, estaba el Bar Londres, el Bar Tevere, la Zapatería Rex, el negocio de los Balbi donde vendían los zapatos ‘Pepito’, el Pabellón Rojo, la Tienda La Isla, la Casa Rosada del sr. Gómez, la Heladería Tropicream, entre otros.
La Plaza Concordia era centro de reunión, pues muchos se sentaban en sus bancos a leer periódicos y entablar tertulias acerca de las noticias del día”.
LA IGLESIA LA CARIDAD
“Vivíamos al frente de la Iglesia, fui monaguillo junto a mi hermano Fernando, las misas las daban en latín y por ello aprendimos bastante latín, recuerdo el cura José Arnal, el padre Joaquín, el padre José y el padre Julio.
Las campanas sonaban para dar la hora, a las 12 del mediodía y a las 3 de la tarde; a la hora de la misa sonaban tres toques, cuando había misa de difuntos si eran niños o jóvenes sólo se repicaban y si eran adultos se doblaban las campanas; en Semana Santa usaban la matraca, los miércoles de ceniza se llenaba la Iglesia, el día del Nazareno los devotos se vestían de morado para pagar promesas, el día de la procesión se comenzaba a las 3 de la tarde efectuándose el encuentro de Jesús con La Dolorosa en la esquina del abasto Pizzolante donde se hacía un recline, la procesión continuaba y llegaba a la Iglesia San José como a las 7 de la noche, un pasito pa’ lante y dos pa’ tras; la Semana Mayor era momento de hacer amistades nuevas por los turistas que llegaban para disfrutar el paisaje marinero y la Bendición del Mar, las playas más concurridas eran Playa Blanca y el Balneario Guaicamacuto; cuando habían brotes de parálisis infantil le guindaban a los niños un pedazo de alcanfor con manto de San Roque en un cordón y lo colocaban en el pecho para alejar la enfermedad”.
LOS MUELLES
“Los muelles formaba parte de Puente Dentro, comenzaba donde está el Teatro Municipal. En los años 40, llegaba el tren y descargaba mercancía cerca a la calle Municipio; los barcos tipo cruceros como el Santa Maria atracaban mar afuera y los turistas llegaban en botes hasta la Planchita y los barcos de carga como Los Alcoa traían mercancía y pocos pasajeros pero atracaban en el muelle. La Planchita era conocida como la Plazoleta Independencia, lugar que fungía como embarcadero”.

LOS ABUELOS D’ CESARE
“Conocí a mi abuela María Rosa D’ Cesare después que se separó del abuelo D’ Cesare, quien se marchó a Italia en 1912 y al cual nunca conocí personalmente sino por foto. La abuela se internó en San Felipe, era una mujer recia y aguerrida, siempre armada con una escopeta o un machete y botas hasta la rodilla. Cuando llegaba a Puerto Cabello de visita en lugar de salir a darle un beso, salíamos corriendo a escondernos, sus restos yacen en Barquisimeto”.
NOTAS ACERCA DEL NOMBRE DE PUERTO CABELLO
“Cuando era muchacho leí en un libro de Historia que: ‘al principio no existía Puerto Cabello sino la Borburata, y frente donde está el Castillo había un señor de apellido Cabello que compraba y vendía mercancía a los pobladores quienes comentaban ‘vamos al puerto de Cabello’, quizás esa sea la nota más certera del nombre de Puerto Cabello. Leía que en los años de 1800, los alumbrados públicos funcionaban con aceite de pescado, después con aceite coco hasta que llegaron los alumbrados de gas”.
PLAYA BLANCA
“El sector de Playa Blanca cobijaba la playa más concurrida, allí aprendí a nadar con mis amigos de infancia tratando de buscar tesoros escondidos en el mar, habían pequeños botes donde los oriundos de la zona salían a pescar, y muchas casas rudimentarias detrás de la playa con caminitos de arena. Noches de luna en todo su esplendor iluminando una ciudad de damas vestidas de antañonas y los hombres con sombreros y pantalones kaki, siendo común ver alguna fémina con cestas en la cabeza donde llevaban sus compras y algunas frutas para la venta. Tierra bendecida donde se dejaban las huellas en cada pisada”.
ENTRADA A PUERTO CABELLO
“Se entraba a la ciudad por la Alcantarilla donde había una sola carretera, cerca los depósitos de la Creole donde almacenaban gasolina, la vía de La Noria con su monumento del Acueducto y algunos negocios como el de los Monasterios (víveres), la Jabonera Compás del sr. Villalba, el almacén de los Hermanos Hernández (víveres) y la arepera de los Soriano.
Mi abuelo materno fue dueño de una sastrería en la calle Sucre, era el boom de los sastres y las costureras pues la mayoría de las personas se mandaban hacer la ropa a la medida”.

PLAZA FLORES, HOTEL LOS BAÑOS Y CALLE LANCEROS
“Íbamos al hotel Los Baños a jugar futbolín de mesa y contemplar la entrada de los buques; a la plaza Flores a pasear bajo la frescura de los árboles y contemplar las muchachas; a la calle Lanceros, lugar pintoresco por su calle de piedras y el puentecito que comunicaba las dos casas”.
CINE SALOM Y MUNICIPAL
“En los años 50 el cine preferido era el Salom con sus películas mejicanas nocturnas donde la entrada costaba un real en la parte del gallinero con sus butacas de madera y un bolívar, la parte del patio; también estaba el cine del Municipal, cuyas funciones los domingos eran: matinal a las 9 de la mañana, vermú al mediodía, matinée a las 3 de la tarde, vespertina a las 5 de la tarde y la función nocturna a las 8 de la noche; la primera vez que vi una película en el Municipal fue ‘África Ruge’ y ‘Lo que el Viento se llevó’, luego quedaron tres funciones”.
RADIO PUERTO CABELLO
“La radio quedaba en el Corito (calle Campo Elías), el primo René Villegas Sabatino tenía un programa para cantantes debutantes, por cierto su hermano Martin Villegas Sabatino vendía café La Hormiga, en ese espacio radial de aficionados cantaba mi amiga Zobeida, quien vivía después de la calle La Línea cerca de La Congelación. La radio contaba con locutores de primera como: Manuel Picher, Santiago Guevara y el sr. Colina (María la larga). Época dorada donde también se celebraban bailes en el Club Los Rivales y el Club Recreo, y donde muchas veces nos coleamos para entrar”.
La familia Sabatino-Hernández dejó una estampa en la porteñidad, gente de corazón y sensibilidad humana, quienes nacieron y vivieron con el espíritu anclado en el mar y una fragancia en los rincones del otrora puerto.
MERCEDES
“Comencé a trabajar a los 21 años en el Banco del Caribe después que nos mudamos a Valencia, radicándonos en la calle Díaz Moreno c/c Briceño; mamá colocó una pensión en la casa y muchos porteños que venían a estudiar a Valencia se quedaban allí, además seguía con su pasión de la costura, posteriormente nos mudamos a la calle Rondón c/c Farriar, ya no estaba la pensión y nuestro padre se enfermó; comencé a trabajar en ‘Industrias Integradas’ como programador de las cocinas de kerosen; en ese momento conocí a María Mercedes Díaz de Sabatino, secretaria de una empresa de Maderas y Contraenchapados que quedaba cerca a la Radio 810. Nos casamos cuando tenia 29 años y ya estaba graduado, formamos un hogar con dos hijos: Manuel Alfredo y Fernando Alfredo; hoy, disfrutó de 4 nietos y 1 bisnieto, pues tengo una hija putativa Mery Josefina López, hija de Josefina, quienes vivieron por muchos años con nosotros cuando estaba la pensión”.
MARACAY, CIUDAD JARDÍN
“La segunda vez que pisé Maracay tenía 24 años, mi hermano Federico me inscribió en la Escuela Práctica de Agricultura conocida como la ‘Academia de los Sabios’, durante dos años viví en una pensión y después con mi hermana-tía Ida Sabatino de Hernández y su esposo Pedro Hernández (a quien todos llamábamos tío), vivimos en Calicanto; obtuve mi título como Perito Agropecuario y después de casado nos enraizamos en Maracay, la ciudad Jardín”.
BICENTENARIO TOMA PUERTO CABELLO
“Hablar de Puerto Cabello es hablar de la tierra de Papa Dios y quien se considere porteño siempre lo tendrá en mente y corazón. El puerto fue una ciudad de ensueño, tristemente demolieron muchas estructuras como: La Aduana Vieja, El Hotel Los Baños, destruyeron la calle Bolívar y casi todo el Malecón eliminando el verdor para dar cabida al cemento, destruyeron las palmeras de la Plaza Flores donde no entraba ni un rayo de sol y la Plaza La Batea le queda una sola matica, no han tumbado el Fortín Solano y el Castillo porque no han podido”.
“A 200 años de la Toma de Puerto Cabello hay que concientizar el valor del acervo histórico, recuerdo el Hotel Universal, el Hotel Paris, el Hotel Recreo, el Cuartel de la Guardia frente a la Plaza del Águila donde existían unos pequeños muelles”.
Manuel Sabatino Hernández aún conserva la revista Elite donde se menciona lo ocurrido en El Porteñazo, guarda en un sitial de honor la amistad compartida con Guillermo Vadell, rememora sus picoteos en Carnaval bailando con las ‘Negritas’, y no deja de mencionar el orgullo familiar alrededor de sus 5 hermanos: José Alfredo, Federico, Ida, Enrico y Fernando.
Aún sigue soñando despierto y desde la lontananza entre espuma y arena fina donde sus pies se hundían para entrar al mar.
Un enamorado de su tierra.