PORTEÑIDAD DE ANTAÑO [ 2 ]
Marbella Díaz Wever
Oscar Wilde, enfatizó: “La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven”.
Soñarlo hubiese sido insólito, pensarlo hubiese sido un delirio, pero para Esther María Bacalao Sabatino de Pardo arribar a los 96 años es la mayor bendición y honra que Dios puso en su camino.
Trascender en el amor de Dios bajo el cielo porteño ha sido su adagio, envuelta en la fe, alegría, buen humor, fortaleza, esperanza y valentía, pilares sobre los que ha descansado a lo largo de estos años en medio de tantos avatares tal como las hojas de las margaritas han sido fieles compañeras a su tallo y cuya hierba es utilizada para sanar las heridas.
Noventa y seis años han transcurrido desde que Esther abrió sus ojos el 10 de febrero de 1928 en la ciudad de Barquisimeto, tierra musical de Venezuela.

Hija de padres cristianos: Julio Bacalao Tortolero, oriundo de Montalbán (Carabobo) y Ana Sabatino de Bacalao, nacida en Puerto Cabello, quienes le inspiraron el amor por la familia y la honra por la palabra de Dios bautizándose a temprana edad en el río de Borburata.
La pareja Bacalao Sabatino tuvo 8 hijos: Ana Mercedes +, Julio Alfonso +, David +, Tito Moisés +, Esther, Miriam +, Elizabeth y Amós Elías +.
Su padre se desempeñó como Jefe del Telégrafo en distintas ciudades del país, manteniendo siempre la responsabilidad familiar y la firmeza en la educación y formación de sus hijos.
ENSEÑANZA CRISTIANA
Estudió la primaria en su ciudad natal donde aprendió las letras de la mano de Teotilde Cardozo, una conferida costurera, quien la sentaba en un banquito para que aprendiera el abecedario mientras ella punteaba.
Posteriormente, la familia decide mudarse a Valencia (calle Soublette/cerca del tranvía) por motivos de trabajo de su padre. Esther continuó sus estudios en el colegio Peñalver ubicado frente a la plaza Sucre, así como, en el colegio Rafael Arvelo, donde la maestra Esperanza Rodríguez impartía las clases de 3er. grado.

Estudia el 4to. grado en el Colegio Evangélico de Puerto Cabello, teniendo como maestra a la Srta. Ruth Scott, finalizando la primaria en Barquisimeto donde fue internada en el Instituto Evangélico, experiencia de la cual recuerda con cariño a las maestras: Srta. Hilda M., Juana Andrade, Celia Alvarado de Gravina, Inés Carlina Alvarado de Fernández y el maestro Antonio Alvarado, quienes eran hijos de don Rafael Alvarado Tovar, primer Juez de la ciudad de Barquisimeto.
MIS ENTRAÑABLES ABUELOS: MUSIU ALFONSO SABATINO NAPOLITANO Y MANUELA DE SABATINO
Don Musiu Alfonso fue el primer “Sabatino italiano” en pisar tierra porteña; un hombre impecable, amante del vestir con tirantes, usando siempre una bata blanca encima de su ropa para no ensuciarse, dueño de una joyería y un negocio de ventas de imágenes religiosas en la calle Sucre frente a la Iglesia La Caridad.
Dada la acertada elección de estas tierras para radicarse, con el tiempo motiva a su hermano José “Pepe” Sabatino Napolitano para que emprenda viaje de Italia a la costa carabobeña, llegando en 1892.
Alfonso conoce en Puerto Cabello a una joven bella dama de origen holandés, de quien se enamoró y luego contrajo nupcias, Manuela de Sabatino; residenciándose en una pequeña vivienda ubicada en la calle del Mercado, al lado de la casa de don Miguel D’ Arago, dueño de la Cola D’ Arago.
Engendraron cuatro hijas: María (casada con Manuel Villegas), Ana (casada con Julio Bacalao), Leonor (casada con Carlos Liborius) y Nicolasa (soltera), quienes nacieron en la casa de la calle del Mercado (Puerto Cabello).

Esther, apunta: “Mi abuelo murió de avanzada edad, casi a los 100 años, en esa misma casa tal como mi abuelita”.
RECUERDOS DE NIÑEZ Y ADOLESCENCIA
Esther de Pardo, comenta: “Fui una niña muy tremenda, dicharachera, me encantaba treparme en los árboles, por lo que siempre me daban una paliza, pero también era apasionada de la música porque mis hermanos eran músicos, además en la familia Bacalao habían amantes del piano, el cuatro, la guitarra y el acordeón”.
“En los ratos de esparcimiento solía pintar, tejer, bordar, manualidades que aprendí cuando estuve internada en Barquisimeto.
Mi niñez fue encantadora, mis padres me cobijaron con su amor y me encauzaron en el camino Cristiano”.
“Siempre quise aprender el idioma inglés, quizás porque cuando estudié en el colegio Evangélico escuchaba hablar a las maestras norteamericanas y canadienses, quienes también nos enseñaban en el salón; después recibí clases con Madame Sra. Merbor, quien vivía en la calle Bolívar; con el prof. Urdaneta en la calle Comercio, yendo Arturo conmigo a las 5:00 a.m., porque él también le gustaba el inglés, y finalmente con mi hijo Jorge, quien era profesor de inglés”.
“A los 12 años mis padres me mandan a buscar a Barquisimeto para regresar al puerto, pensaban que podía ser normalista, pero no no tenía vocación. Estudié bachillerato hasta el 2do. año en un instituto educativo ubicado frente a la Plaza Flores; al salir de clase me deleitaba tumbando los almendrones y los girasoles de los árboles”.

“En ese momento trasladan a mi padre a Trujillo por motivos de trabajo, quedándonos los hijos con mamá en el puerto; mensualmente papá le giraba dinero a través del Banco de Venezuela para la manutención; mi madre me mandaba a retirar el dinero al banco con mis hermanas y una amiguita yugoslava, nos daban Bs. 2.00 para las estampillas pero comprábamos caramelos”.
EL AMOR JUNTO ARTURO PARDO
“Conozco a Arturo Pardo en ese ir y venir al banco mensualmente, él era cajero principal. Un buen día decidió que él le llevaría el dinero a mi madre y así empezó a cortejarme haciéndome visitas propias de los enamorados, mi padre no estaba de acuerdo por la diferencia de edad pero ambos decidimos casarnos. Nuestros amores eran de papelitos, él le encantaba escribirme. Cuando mi madre enfermó nos trasladamos a Las Trincheras, porque allí podía temperar; Arturo se iba en el autobús La Giralda y me visitaba”.
“Me casé en San Juan de Los Morros, tenía 16 años y él 26 años. Nos residéncianos en Los Muelles, en la parte alta del Banco de Venezuela; luego nos mudamos frente a la Plaza Flores al lado del Sr. Monfi, dueño de la bananera y por el otro lado vivía la Srta. María Luisa Garcés, dueña de la Farmacia Nacional; después nos mudamos frente a la Iglesia El Rosario hasta que Arturo remodeló una gran casa antigua en la calle Plaza ubicada frente a la parte trasera de la fotografía Avril (cerca del Sagrado Corazón de Jesús), y actualmente vivimos en la calle Miranda”.
AMISTADES DE SIEMPRE
“Mis amistades del colegio Evangélico: Luz María Oropeza, Hilda Medina, Carmen Córdoba, José Rafael Rodríguez, Andrés González y Juan Efraín Chacón.

Mis amistades entrañables porteñas: Jacoba Parada de Mc. Kinley, Flor Monroy Moratinos, Beatriz Henríquez, Ivette de Dao, Áncora Puche de Roos, Lobelia de Ferrer, las familias Alvarado, Salvatti, Vale-Gillén, Pantín, Sabatino Pizzolante, Dao, Martel, Santiago y Chucha de Bracho, don Santiago Sayword”.
FAMILIA, ARCA DE AMOR
“Nací y me crié en una familia unida regida por Dios. Aprendí que en la familia está la fuerza porque es el núcleo donde los sentimientos de afecto se convierten en compromiso personal-social entre sus miembros, es un proyecto de vida donde el apoyo incondicional debe ser la bandera».
“Mis hijos han sido fruto de un gran amor: Jorge Alfonso +, Ana “Nena” Mercedes, Begsi Esther, Mabel, Julio Arturo +, y Jorge Arturo”.
EL INCONDICIONAL ARTURO PARDO
“Arturo Pardo fue un hombre visionario, con muchos conocimientos y gran sabiduría, tenía la facilidad de poder alzar una botija y adivinar cuántas lonchas habían en su interior pero lo más sorprendente fue su espíritu de lucha, amor por el trabajo y servicio al prójimo. Gozó de muchas amistades con quienes hablaba del progreso de la ciudad y en Puerto Cabello invirtió su vida. Significó un padre, un abuelo, un consejero, un maestro, buen esposo y tuvo también la dicha de evangelizar”.
“Sus amigos de siempre, Aníbal Dao, Tony Henríquez, el sr. Martel, Juvenal Mc. Kinley, el Dr. Ferrer».

«Era amante de la cacería y la pesca; apadrinó a muchos niños de bajos recursos para que pudieran culminar sus estudios de manera secreta y bondadosa. Me siento feliz de haber sido compañera, amiga, mujer, esposa y cómplice de sus sueños porteños”.
Salvador Dalí, decía: “Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta’”.
Esther Bacalao de Pardo forma parte de la porteñidad de antaño, mujer prodigiosa quien ha recorrido la vida apegada a Dios sin titubear por un momento en su inquebrantable fe.