Lucas G. Castillo Lara, apuntó: “Cuando el agua rodó sobre el agua, nació la espuma. Cuando la espuma durmió sobre la playa, se hechizó la arena. Y entre espuma y arena, sobre el azul del agua y bajo el azul del cielo, nació Puerto Cabello”.
por Marbella Díaz Wever
Juana de Dios Bolivia Guerrero de González conoció Puerto Cabello hace 83 años, cuando vino al mundo el 20 de octubre de 1939, de manos del Dr. Adolfo Prince Lara; hija del General tachirense Manuel María Jaime Chacón y de la hermosa merideña Yrma Rosa Guerrero Rivas.
La hermosa historia comenzó, entre buques anclados en bahía, con el mar como espejo, reflejo de los marineros, hombres de blanco tratando de tocar el azul del cielo.
Puerto mío, con sonido de tambores y guarura, orando por los viajeros, los corsarios y los porteños.
Doña Bolivia, comenta: “Papá era primo hermano de Juan Vicente Gómez Chacón y como era General fue designado a ocupar alto cargo en una Jefatura en la Isla de Margarita”.
“Posterior a ese desempeño se marchó a Mérida y conoció a mi madre, se casaron en un pueblo cercano a Santo Domingo, él tenía casi 60 años y ella 16 años, luego se mudaron a la costa carabobeña”.
“Mamá engendró 4 hijos, dos murieron a pocos días de nacidos; cinco años después de de mi nacimiento vino al mundo mi hermana: Yrma Amelia del Socorro, quien falleció a los 23 años siendo estudiante de Derecho de la UC y joven a punto de contraer nupcias con un italiano, el accidente de tránsito ocurrió en la bajada de Tazón”.
“Nuestra primera vivienda en el puerto fue una casa cercana a la Plaza Flores frente a la Plaza de La Batea, crecida de árboles de almendrones y donde ambas desde pequeñitas jugábamos. Mi ‘Aya’ de nombre Zulia nativa de Trinidad y Tobago, nos llevaba a jugar con las piedritas en la playita cercana al Hotel, recorríamos en bicicleta el Malecón, donde hoy están los restaurantes”.
“Estudié la primaria en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús, fundado el 23 de abril de 1892, las monjas nos enseñaban francés y debíamos saludar en ese idioma: ‘bonne journée Mademoiselle’, ‘Monsieur’; recuerdo una compañerita de apellido Cuervo, entre risas y seriedad si alguna se portaba mal nos paraban un rato en una tabla de madera pulida con una campana que guindaba”.
“Con el tiempo nos mudamos a otra casa casi pegada del Hotel cercana a La Alhambra, una torre alta que pertenecía al Telégrafo”.
Don Manuel Jaime fue el último propietario del majestuoso Hotel Los Baños, emblemática construcción que nunca debió ser demolida, no sólo por su ubicación sino por ser catalogada como una de las imágenes más difundidas en postales y fotografías como recuerdo de una ciudad marítima.
“Papá adquirió el Hotel Los Baños al llegar a Puerto Cabello, después de quedar embelesado cuando sus ojos lo conocieron, fue comprando más terreno, lo amplió y remodeló para el disfrute de los turistas y residentes, quienes amaban ver las embarcaciones entrar y salir, escuchar sus sirenas, el sonido de las olas, admirar la plaza Flores desde sus balcones y pernoctar en la majestuosidad de sus espacios”.
“Cuando pitaban los barcos, me iba a la parte alta del Hotel para decirle adiós a los marineros. Fui bautizada en la Iglesia El Rosario, mis padrinos: Amadeo Roversi y Palmira Palma de Roversi, quienes vivían cerca de la Plaza Flores y eran muy amigos de mis padres, e hice mi primera comunión en el Colegio de las Monjas”.
“De vez en cuando visitaba el Teatro Municipal, el Club Recreo y caminaba con mi Aya por el monumento de la Plaza del Águila, me encantaba ir a la Plaza Concordia, visitábamos la Zapatería del Sr. José Alfredo Sabatino, donde cada vez que iba lloraba por unos tacones pequeñitos que tenían allí, después supe que eran de adorno”.
¿Qué amigos de tu padre recuerdas?
“Mi padre era muy conocido en todo el puerto por ser propietario del distintivo Hotel Los Baños, pero siempre compartía con Henrique Avril, don Antonio Pizzolante y don Aníbal Dao, cuando vivíamos en Maracay muchas veces bajábamos a la Hacienda Las Marías para compartir en familia con ellos”.
Cuando doña Bolivia Jaime tenía 7 años, su padre decidió irse a Maracay, pues allá vivían sus hermanas, don Manuel fue un hombre futurista y desde que sus hijas nacieron tenía reservado un destino para ellas, quería que estudiaran en los mejores colegios y que fueran a Suiza o Norteamérica a formarse y aprender otro idioma.
¿Qué recuerdos guarda de su permanencia en Maracay?
“Estudié en el Colegio La Consolación hasta el primer año de bachillerato, era batutera de la banda, después ingresé al Colegio Panamericano hasta tercer año de bachillerato y unos meses después de cumplir 15 años, me fui internada a un Colegio de monjas al norte de New York de nombre Lady Cliff Academy, Haygland Falls N.Y., ubicado al lado del West Point (lugar selecto para la formación de militares); aunque mi madre no quería que me fuera del país, se cumplió el mandato de mi amado padre”.
¿Cuándo fallece su padre?
“Debo resaltar que mi padre me celebró los 15 años en el Hotel Jardín de Maracay fue una bella fiesta donde bailé el vals con él, tres meses más tarde se fue al Táchira con su chofer en el carro de mi madre y al regreso de ese viaje por el Edo. Lara tuvieron un aparatoso accidente automovilístico y falleció a los 78 años”.
Una vez concluido el High Scholl en New York, nuestra entrevistada se fue a vivir a Miami (Coral Gables) compartiendo casa con dos señoras porque un familiar de su padre vivía en esa zona, estudió en el Sherwin Williams Comercial College de origen inglés, graduándose de Administración y Comercio.
Al obtener su título decidió regresar a Venezuela y asentarse en la casa materna de Maracay. En una fiesta a la que acudió con su tío conoce al Sr. Jesús María González Moreno, merideño, criado en Caracas, dedicado a la venta de maderas para los aserraderos y del cual se enamoró casándose con él a los 20 años.
“Formé mi familia y nos radicamos en Maracay, tuvimos seis hijos fruto de nuestra unión conyugal: Jaime Jesús, Juan Carlos, Antonio José, Roger José, María Isabel e Yrma; quienes a su vez nos han regalado la presencia de 16 nietos y 5 bisnietos. Bendita sea mi prole”.
“Puerto Cabello quedó en mi corazón para siempre, yendo luego sólo de paseo. En 1973 cuando demolieron el Hotel Los Baños sentí un profundo vacío y tristeza, era el lugar sagrado de mi padre, una lástima haber tumbado tan significativa edificación”.
Maracay, edo. Aragua, resguardó una gran dama porteña de ojos aguarapados, que trabajó en Laboratorios Lilly como traductora de la literatura de los productos de veterinaria y agricultura; su génesis fue Tierra de Gracia, donde el 8 de noviembre conmemoramos el Bicentenario de la Toma de Puerto Cabello.
¿Cómo recuerda la infraestructura del Hotel?
“El simple hecho de estar abrazada por el mar era inspirador y acogedor. El Hotel los Baños fue lugar de hospedaje de viajeros que llegaban a la ciudad por la carretera vieja; en la entrada del Hotel había un rincón donde los niños compraban chucherías y tomaban refrescos, cerca estaba el Bar cuya atención era de primera y donde concurrían extranjeros y residentes para conversar y tomarse un trago; la entrada considerada como el lobby era muy hermosa, había una mesa de madera con mármol blanco y las patas talladas en forma de patas de león; el restaurante quedaba en la parte de abajo y el cocinero era un hombre alto de origen extranjero que usaba un alto gorro blanco y preparaba comida internacional; en las paredes del comedor habían unos cuadros bellísimos que mi padre adquirió en otro país para decorar el ambiente; en la parte de trasera del Hotel había una pequeña piscina que se comunicaba con el mar donde los niños se bañaban, la cual se eliminó porque el salitre comenzó a oxidar parte de los muebles; también en la planta baja había una barbería y dos oficinas; al lado de la cocina había una escalera para llegar a las habitaciones, los cuartos no eran lujosos pero se mantenían muy limpios y cómodos; los ventanales simulaban una arquitectura europea”.
Desde hace 15 años doña Bolivia Jaime reside con su familia en los Estados Unidos pero desde allá evoca el perfume de los aventureros inmigrantes, la sonrisa de su madre bajo el lente de H. Avril, el caminar de su padre por el Malecón con las manos agarradas y la inocencia en el rostro de su hermanita, cuyos restos yacen en el monumento de la familia en el cementerio de Maracay.
Sin desperdiciar el tiempo se dedica a la pintura en un pequeño rincón de su casa donde cura sus heridas emocionales mezclando los azules y continuando el camino de su propio corazón.
Para la época, Puerto Cabello gozaba de buenos servicios hoteleros por la demanda de los grandes navíos que llegaban, la dupla del Hotel Los Baños y la Plaza Flores fue epicentro de encuentros y romances.
Entre brisa, mar, rieles, montañas y ríos yacen los abrazos fraternos de “gente buena y cálida” que vivió y se enamoró del paisaje porteño y que le ha costado despedirse del embrujo de las olas del Golfo Triste.
Se comenzaba a gestar la porteñidad…






