viernes, abril 18, 2025
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Carlos E. Martel R.: “Hombre de mar y cacería”; por Marbella Díaz Wever

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ENTREGA #1 CON MOTIVO DEL BICENTENARIO DE LA TOMA DE PUERTO CABELLO


Marbella Díaz Wever

Lucas Guillermo Castillo Lara, decía: “Tres centinelas guardan a Puerto Cabello. Arriba, la atalaya del Fortín Solano. Abajo, frente al mar, el Castillo. El otro centinela es Dios, que siempre la ha cuidado”.

Aunque no se sabe con exactitud el origen del nombre de Puerto Cabello, muchos han inferido que se debe a la tranquilidad de sus aguas de tonalidad verdiazul razón por la que podían amarrar las embarcaciones de gran calado con la hebra de un cabello; lo que si es cierto es que nuestro icónico personaje porteño, Carlos Eduardo “Nano” Martel Rodríguez, acariciaba la larga lacia y negra cabellera de su madre mestiza Matilde Rodríguez de Martel, en su niñez.

Nació el 13 de mayo de 1937, en su casa de la calle Plaza cercana a la plaza Barquisimeto, en manos de una comadrona, el tercero de diez hermanos, que con mucho privilegio siguió los pasos de su padre, Carlos Ernesto Martel Díaz, un porteño que sin concluir sus estudios de primaria se dedicó a efectuar los cálculos de las importaciones en la legendaria Casa Rioka, llegando a ocupar el cargo de gerente ganándose la simpatía de sus dueños Ricardo y Óscar Kolster.

Desde los 7 años, Nano Martel fue el inseparable acompañante de su padre en el mundo de la cacería, donde los domingos muy temprano se internaban en distintas zonas, detrás del Fortín, Borburata, Patanemo o la zona de Falcón, con los obreros y albañiles del Portuario, así como del Sr. José Luís Serga (quien era herrero y reparaba las escopetas), don Luisillo Méndez “el españolito”, Anel Méndez, Ñaño Parada, Ángel Parada y en muchas ocasiones el Dr. Adolfo Prince Lara, trayendo consigo venados, lapas, matacanes, conejos, perdices, entre otros.

Carlos Eduardo Martel junto a su esposa María Pilar de Martel.

Sus vecinos de la calle Plaza y cercanos como el viejo John Paneflé (boticario) y, la familia Rodríguez disfrutaban con alegría el regreso de los cazadores.

Nuestro entrevistado aprendió sus primeras letras con las apodadas Sra. Nena y Sra. Tata, quienes vivían en el lote 17 de Rancho Grande, fue tanto su aprendizaje que al ingresar al Colegio La Salle lo inscribieron en segundo grado.

Esta amena conversación bañada de cuentos, anécdotas y risas fue mágica en una tarde lluviosa sobre Valencia.

Nano Martel recordaba con orgullo su amado Puerto Cabello, cuidad marinera rodeada de un costado por la alta franja montañosa de Las Tetas  de Hilaria en el corazón del Parque Nacional San Esteban, donde nació y creció.

“Un día con 14 años me fui en bicicleta junto a mi amigo ‘Bombolo’ al Puerto La Borburata, me encantaba bañarme en los corales cercano a Quizandal, un sitio conocido como La Matica, al salir a la carretera un carro cuyo conductor llevaba comida al Dique Seco me atropelló, con la buena suerte que el chofer de don Urbano Taylor iba pasando pues lo había dejado en la Base Naval, me recogió y me llevó al Hospital, me echaron Merthiolate con una brocha por la espalda sin percatarse que los pulmones habían sufrido por el impacto, el Dr. Román Turowsky me dio 6 meses de reposo, razón por la que tuve que dejar los estudios de secundaria”.

“Una vez recuperado realicé curso de Contabilidad en el Instituto de Comercio del prof. Liendo (cuyo grito de guerra era: Vagabundo Incierne), ubicado en la calle Valencia cerca a la plaza Concordia. A los 16 años me recomendaron para trabajar en una cantera propiedad de doña Flor Pérez Jiménez ubicada al final de Rancho Chico, estaba arrendada por Luís Ramón Ramírez y Rosa Baptista de Ramírez, dinamitábamos el cerro y las piedras se vendían a la Refinería El Palito, a la Termoeléctrica, al Dique Seco y a la empresa que construyó Petroquímica. Más adelante la cantera fue arrendada por la sra. María Enriqueta Carvallo, allí trabajé tres años”.

“Posteriormente decidí laborar en la empresa de mi tío Fortunet Martel, ‘Principal Motors’, cuyos socios eran: Tobías Negueruela, José Vicente Monasterios y Arturo Pardo”.

“Trabajando allí conocí a mi esposa, María Pilar Fernández Solarat de Martel, española de nacimiento pero porteña adoptiva, hija de Pilar Lucía S. de Fernández y Pedro Fernández, quienes llegaron a esta tierra bendita y vivieron en el Edf. Nancy; durante nuestros seis años de noviazgo planificamos una vida juntos hasta el ocaso, ella trabajando desde joven como Secretaria en la Gerencia de Venepal”.

“En ese momento decido concluir mis estudios de bachillerato en el liceo Nocturno Bartolomé Salom”.

¿Qué amigos recuerdas del Colegio La Salle?

“Andrés Vigas, Criktari Casadiego, Larry Yuvert, Simón Aular, Agustín Andrade, Miguel Barry, William Weffer, Wilfredo Martínez, Luís Beltrán Ramírez, Omar Parada, Otto Jhonson, Juan Urbina, entre otros”.

“Parte de mi vida la viví con mi tía Cleotilde en la ave. Bolívar al lado de la oficina Balbi. En ese entonces decido ingresar a la UC para estudiar Administración y al concluir la carrera inicio mi trabajo en la Fábrica de Papel Papcosa, donde ejercí como Gerente y laboré durante 25 años, paralelamente también estudié Contaduría en la UC”.

“En el año 1963, con 26 años me caso con María Pilar en la Iglesia San José y nos mudamos a la Ave. El Sol, mientras Gabriel Evangelista construía nuestra casa de Cumboto Norte, cuyo vecino era Chepino D’Andrea y Lulú Pizzolante de D’Andrea, quienes fueron grandes amigos y sus hijos como hijos también para nosotros”.

“Debo reconocer que Donato D’Andrea Pizzolante, no sólo fue como un hijo para mí sino un niño consentido por todos, a quien enseñé a pescar y hacer submarinismo en Isla Larga”

¿Cuáles han sido tus pasatiempos?

“Soy hombre de mar y cacería, amante de los veleros, de volar ultra livianos, de oír el ruido de las olas y el calor del sol, quizás por ello, Puerto Cabello es mi ciudad, ese olor a salitre y la brisa marina la llevo en mis venas, soy un navegante amansado por el viento y la atarraya”.

¿Qué significó El Nubarrón?

“Era un club de pesca ubicado en la calle Democracia cerca quedaba un muelle para goletas de cabotaje, de allí salían las embarcaciones rumbo a Curacao llevando productos nuestros y trayendo mercancía igualmente. Fue fundado por Carlos Eduardo Galaví, Gerardo Sansón, Juan Calabria, mi tío Fortunet Martel, Juan Pablo Jiménez, José Luís Isla y César Dao, quien tenía un lanchón y le encantaba ir a la Ciénaga en Ocumare; recuerdo una competencia de bicicletas acuáticas que se hizo en ese recinto y le ganamos a Federico Rojas”.

Un recuerdo de Isla Larga, en un día de pesca junto a amigos de la época.

“Mi tío junto a José Vicente Monasterios y Arturo Pardo tenían un pequeño yate llamado ‘Principesca’, nuestro lugar favorito Isla Larga, allí entre las ruinas hundidas del Sesostris pescábamos y ¡como sacábamos carites!”.

LA FAMILIA

“Tengo dos hijos: Carlos Eduardo Martel Fernández, residenciado en USA y Miguel Eduardo Martel residenciado en España. La familia ha crecido regalándome 5 nietos y 10 bisnietos. Soy un hombre de fe con un niño interior indetenible. A mis 86 años sigo corriendo la vida con ganas y con humor”.

“Debo enfatizar que don Juan Calabria fue un hombre que dejó una huella en mí por su manera de pensar, por su estima y por su filosofía de vida”.

Nano Martel vivió en Puerto Cabello hasta el año 1973, luego se mudó a la capital carabobeña, dejó una huella intachable en su transitar laboral en Venepal-Morón.

Un ser humano encantador que sigue elevando su cometa personal tan alto como los ultra livianos, como aquel joven obediente ahijado de Rafael Oropeza y Petra de Oropeza, como el pescador que iba a Campo Alegre a disfrutar de los botes de remos, de los manglares y a lanzar su carnada para atrapar pargos y mojairas entre el sabor de las limonadas junto a su amigo Marcos González.

“Son muchas las añoranzas: el Club Los Rivales, el Hotel Los Baños, el Club Recreo, la famosa perrera de César Dao al lado del lote 3 de Rancho Grande, mi amistad con Ramón Bernal, mis vecinos de Rancho Grande, los días de playa con los hijos de Chepino y Lulú, así como con Enrique Guerra y Álvaro Guerra, quienes emulaban mi amor por la naturaleza”.

“Agradezco a Dios los padres que tuve; una madre, aunque de carácter fuerte me enseñó la disciplina y, un padre, el amor por el trabajo, el esfuerzo y la superación. De niño veía con miedo la correa de cinco tiras guindada en un clavo, ahora entiendo cuánto hace falta fomentar el respeto cuando se tiene tantos hijos”.

Al conmemorarse el 8 de noviembre próximo, los 200 años de la Toma de Puerto Cabello, este hijo porteño, apunta: “Conversé mucho acerca de la historia de mi terruño con Asdrúbal González, soy un enamorado de Puerto Cabello, de ese lugar por donde pasaron los llaneros de Páez, de la calle Lanceros y del viejo casco amurallado”.

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