Marbella Díaz Wever
“Mortales: sabed que habéis nacido para ser la personificación de la felicidad”. (A. Engelhard).
Hace poco un ángel susurró a mi oído: “Nadie se hace ‘Marinero’ en aguas serenas, se requiere de la tormenta y el fuerte oleaje para lograr tal distinción, así embarcación y navegante alcanzarán el rumbo de su viaje”.
Ochenta años u octavo piso de una existencia plena. El hijo menor de Juana Victoria Hernández Rojas (Juana V.) y Federico Sabatino D’ Cesare (el Tin Tón mayor), arriba al otoño de su vida, un 21 de septiembre, ápice en que se honran las cosechas y todos aquellos propósitos que se plantan al germinar en este plano terrenal.
Los colores y la estación cambian con un profundo significado espiritual para dar la bienvenida a la purificación o reencuentro con el ser interior.
Sobrados motivos para dedicar estas líneas y enaltecer la historia de Guido Fernando, excepcional ciudadano porteño e hijo putativo de la añorada capital Carabobeña, personaje emblemático, carismático y pintoresco que ha nutrido el gentilicio de su cuna natal y la del valle fértil, cercano a la laguna de Tacarigua.
Su existencia se ha hecho acompañar de la mejor esencia, razón por la que su YO real ha sido un maestro congruente de sus profundas emociones, pensamientos, sentimientos, expresiones verbales y autenticidad sin duplicado.
Cuerpo y corazón que han transitado un eterno presente porque ha hecho de su vida la mejor obra de arte: la ha pintado, la ha despeinado, le ha dado forma y fragancia con sus versos y pluma convertida en poemas en sus nocturnales trasnochos.
La vida supone que la tercera edad sea vista y vivida con mayor ilusión pues todos llegaremos en algún momento a la orilla, después de haber remado y navegado un montón, lanzando el ancla en la arena de un puerto seguro, alzando las velas como galardón.
Vaya materia mágica la de este hombre lleno de sabiduría y conocimiento, pues a punto de estrenar sus 80, de algún modo ha hecho a un lado los prejuicios, clichés, dogmas, dimes y diretes, deshilachando obsoletas creencias y patrones que no permiten rebosar con alegría los años, para vivir una existencia animada, siempre rodeado de entusiasmados buenos amigos y colegas.
Guido Fernando Sabatino Hernández, es un “Marinero de Luces”, auténtico, visionario, celador de su mente, cuerpo y espíritu, amigo de la amistad, familia de la familiaridad, caballero de la alegría, en fin, un enmantillado desde su génesis.
Hijo nato de tierra venezolana, cubierta de araguaneyes y orquídeas, como el sabor de la arepa y el sonido del cuatro.
Historiador y amante de la lectura, “cronista popular” de su aposento natal Puerto Cabello y, de la Valencia de antaño, pues difícilmente alguien puede rememorar el pasado de ambas ciudades, más que su privilegiada memoria.
Vivencias todas enraizadas en su largo trajinar, trofeo que el Ser Supremo le ha concedido con su propia existencia.
Guido Fernando forma parte de los porteñísimos, es un baluarte en la rama del Derecho, en la Universidad de Carabobo, Alma Mater del saber, donde ejerció como docente universitario gran parte de sus años y en la empresa privada.
Su savia ha sido un constante trabajar desde muy joven; dar, ayudar, orientar, enseñar, en fin, un hombre conciliador con sobrado amor por el prójimo.
Año redondo para renacer y florecer en el afán de siempre aprender, para reconocer y agradecer a Dios cada minuto de inhalación y exhalación y, para disfrutar de las chácharas o tertulias con los entrañables amigos que le regaló la vida, o para guardar sus propios silencios y melancolía con una eterna sonrisa.
Él celebra la vida diariamente sin alharacas ni pompa, envuelto en su jocosidad y sin pagar exceso de equipaje porque disfruta el momento, recordando siempre los afectos que lleva en su corazón.
Salud por los 80, junto a tus hijas, nietos y bisnieto, sabiendo que desde el paraíso algunas almas enjugarán sus ojos de gozo, orgullosos de lo que has vivido, sobretodo cuando le has tendido una mano a toda fibra humana que lo ha necesitado.
Bendigo 77 veces 7 tu vida, tu ser, tu existencia y presencia, para que tus sentimientos estén siempre impregnados del ajonjolí de la felicidad que irradias, de la fe que profesas y de la esperanza que aguardas, de ese optimismo que se contagia y se deja colar como un sorbo del guayoyo matutino de nuestros cafetales y de la brisa marina donde yace el Fortín Solano y el Castillo San Felipe o Castillo Libertador.
Gracias por existir, existencia tuya.
He dicho.