Marbella Díaz Wever
“Tantos dioses, tantos credos, tantos senderos que se tuercen y se tuercen, mientras que el sólo arte de ser bueno es todo lo que necesita el mundo”. (Elle Wheeler Wilcox).
Quién no recuerda el grito carnavalesco: ¿A qué no me conoces?.
Hay muchos líderes con máscaras, seres humanos ocultos tras la sombra de una careta o antifaz; otros, actúan como “toderos” queriendo abarcarlo todo, cumpliendo diversos roles y tareas que “quizás” no son de su dominio.
El término “polifacético” se utiliza para designar a aquellas personas que pueden tener más de una vertiente la cual emplean en su cotidianidad, haciendo cosas distintas a la vez.
Según la RAE, la palabra proviene del griego y significa «muchas facetas», «muchas caras» (en el sentido simbólico).
Ciertamente hay personas que le meten el pecho a varias actividades, a veces queriendo destacarse, otras porque sencillamente no tienen quien las realice por ellos.
Los “polienmascarados” han existido desde tiempos remotos, viviendo entre máscaras, las cuales usaban en el ámbito de lo sagrado para la invocación de poderes ocultos y en lo profano para ocultar la identidad en su propia sombra.
La máscara es un objeto complejo, ha sido utilizada, y lo sigue siendo, por los rebeldes, chamanes, artistas, payasos, personajes de ficción o activistas; las razones del acto del enmascaramiento y las consecuencias del desenmascaramiento son múltiples, en ocasiones sorprendentes.
La máscara protege, libera y hace surgir pulsiones ocultas, pero no garantiza una experiencia libre de riesgos dado su potencial ambivalente.
El rostro enmascarado bien podría ser símbolo vigente en el reino de las apariencias, sitio donde se libran las batallas, cuyos límites coinciden entre la ficción y la realidad, donde se desvanecen.
Vivimos en un mundo de rostros, donde las caretas “se caen” a veces y en donde “se adhieren” mucho más como parte de un atuendo diario.
Un ser polienmascarado tiende a esconder su verdadera personalidad, que no tiene que ver con el polifacético, sino con aquel narcisista que se siente orgulloso de su doble conducta.
Tenemos la oportunidad de elegir seres humanos o seres disfrazados.
La mejor recomendación es dejar la máscara en el ropero o enterrarla. Al dejar los cosméticos emocionales, nos arriesgamos a ser nosotros mismos. Así se comienza a ser más humanos y con profunda sensibilidad hacia el prójimo.
Los individuos que durante los 365 días del año viven ocultos tras una careta o antifaz no están comprometidos con su propio yo, tampoco con su entorno, mucho menos con el planeta.
¿Cuál es el precio que se paga para ser aceptado o querido?, ¿De qué color nos maquillamos?, ¿Cuántas veces cambiamos de careta?, ¿Qué emociones maquillo?.
A veces se maquilla lo que creemos puede ser censurado o mal visto por los demás, entonces se vive en función del otro y no de uno.
Si nos rodeamos de personas diminutas en esencia y existencia acabaremos convertidos en enanos espirituales.
Tristemente son más los individuos que lucen sus apariencias cual papel tapiz, flash, reels o tik tok, que aquellos que con la cara despejada enfrentan el miedo, el rechazo, el fracaso, la soledad, los susurros y el bla-bla-bla de la sociedad.
No contaminar ni maquillar lo que sentimos. Cuando se le añaden aditivos o colorantes a las emociones para aumentar su intensidad, brillo y color, simplemente le hacemos un cumplido al entorno.
Poco fácil es cuando al amor no se le manipula, ni se le chantajea, ni se le desvirtúa ni se le descafeiniza.
Es hora de dormir sin máscaras y sin contorno de pintura, pues esto arruga, envejece e impide que la dermis respire.
Un sabio dijo: “La gente notará los cambios en nuestra actitud hacia ellos, pero nunca notarán el comportamiento suyo que nos hizo cambiar”.
Volví a mí y sucedió la magia.
Empiezo a ser YO.
Marbella Díaz Wever
Licda. Educación/Orientadora
Locutora UCV – Escritora