lunes, abril 28, 2025
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Prudencia; por Marbella Díaz Wever

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Marbella Díaz Wever

Conocí a “prudencia” a temprana edad.

En la niñez. Me la presentó mi madre.

Era una señora de ojos altivos, cuasi punzo penetrantes, que cuando uno preguntaba algo de manera inocente, la señora sorpresivamente aparecía y los abría desmesuradamente.

Prudencia se convirtió casi que en una madre ejerciendo un rol de protagonista clandestina que sólo podía ser interpretado por quien conocía ese alfabeto visual. Tenía un rostro muy particular y una mirada muy elocuente que hablaba por sí misma. No era bilingüe, pero hablaba otro idioma de manera silente, con una mirada tenebrosa que infringía pavor.

Prudencia le gustaba la gente que acataba las órdenes para no perjudicar a terceras personas, sobre todo cuando en algunas conversaciones o actuaciones se ponía en peligro la integridad de los demás.

La señora prudencia cual damisela siempre tomaba cauciones, incitando con sus ojos: “Cuida tus palabras antes de hablar o piensa antes de actuar, huele a cuero”.

Prudencia se transformó en una virtud, una cualidad positiva con mirada profunda y taciturna.

Quizás los niños de hoy no conocen a la señora prudencia, no conocen ese idioma, no han visto esa mirada perspicaz, cualidad sabia de callar y reflexionar para tomar decisiones de forma correcta.

Con los años, también sorpresivamente de manera inesperada me tropecé con el libro de “Los Cuatro Acuerdos”, del autor Miguel Ruiz. En ese momento comparé a prudencia con el primer acuerdo: “Se impecable con tus palabras”. Entonces entendí, que si bien la asertividad es casi que un privilegio, ser impecable con las palabras van de la mano con la señora prudencia, pues se complementan.

Se impecable con tus palabras alude a albergar la responsabilidad de tus actos, sin juzgarte ni culparte. Pero, ¿cómo un niño en el siglo pasado podía asumir esos parámetros en el lenguaje coloquial?

Los niños aprendían a descifrar la sabiduría más por miedo que por respeto.
No atinaban a descifrar lo que era “meter la pata”, juzgar, pronosticar, mucho menos enlodar.

Los niños desconocían que el lenguaje no verbal puede entorpecer una amistad.
El valor de la prudencia es notorio, los que la conocimos en la niñez aprendimos a cultivar y reflexionar las consecuencias de un “Larousse artesanal”, a veces acompañado de una “palmeta”.

La señora prudencia parece haber quedado en el olvido de una educación metódica e iluminada.

Pero si en algo armonizaba prudencia y mi madre era en despedirse con una palabra ancestral: “Memoria”.

Se impecable con tus palabras, prudencia se alegrará.

Marbella Díaz Wever

Licda. Educación/Orientadora

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