Marbella Díaz Wever
“Yo te cielo, así mis alas se extienden enormes para amarte sin medidas” (Fragmento de una carta de amor de F. Kahlo).
Corta frase que habla del amor inmensurable, de aquellos sentimientos recíprocos que no podemos esconder ni olvidar, del deseo de abrazar y besar apasionadamente, de esa bella emoción que nace espontáneamente sin robarla ni mendigarla, de quien ama tus virtudes y defectos, pasiones y locuras, haciéndote reír de cada imperfección.
Entre los años 1930 a 1940, nadie imaginaba que una bandera arcoíris, fuera a futuro, el símbolo crítico que representaría la comunidad LGBTIQA+ (lesbianas, gay, bisexuales, transgénero, travesti, intersexual, ‘queer’, asexual y el signo + (aquellos individuos con diversas orientaciones de género que no se mencionan en las anteriores).
Frida no conoció tal bandera, pero si llegó a utilizar con “orgullo” esos colores en su paleta, al plasmar en cada obra sus emociones más íntimas, como su comportamiento sexual, pues la artista se relacionó con hombres y mujeres.
Sus amores lésbicos no fueron secreto, todo lo contrario, fueron un escándalo que hizo rechinar los dientes de la sociedad moralista mexicana en aquella época, pero que el machismo ya hacía de las suyas y, las obscenidades como resultado del sometimiento a las normas y la naturaleza humana sin calzones.
El tema “sexual” era un tabú y muchas mujeres que vivían sometidas por sus maridos en el fondo se reconciliaron y empatizaron con el tormentoso estilo de vida de la alienada mujer y famosa artista.
De sus actitudes, comportamiento y personalidad, hay mucha tela que cortar, no hay duda que Frida mostró los fantasmas que la acompañaron desde su niñez en un inconsciente en llamas y, los que no mostró le quemaron la piel.
Diego Rivera no fue impedimento para las atracciones sexuales de su esposa, quien exhibía como zarcillo sus apetencias bisexuales, feministas y revolucionarias.
Algunos romances de Frida permanecieron en la sombra y sin bandera, otros fueron criticados como el de: Tina Modotti (fotógrafa Ítalo-Norteamérica); Jaqueline Lamba (líder del movimiento surrealista, quien escapó de Francia junto a su esposo); Josephine Baker (vedette, mujer reservada a quien Frida invitó a cobijarse bajo sus sábanas); Chavela Vargas (quien vivió con el matrimonio antes de morir Frida, encontrándose cartas de amor donde se plasmaron los sentimientos de ambas); Georgia O’ Keeffe (mujer de mayor edad que Frida pero que amó hasta los tuétanos).
Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón, nació un 6 de julio de 1901 en Coyoacán (México), se convirtió en pintora por aburrimiento; su dolor le abrió las puertas al arte, por ello después de su muerte, el 13 de julio de 1954, se le sigue admirando, imitando en personalidad y admirando en su forma de vestir así como sus pobladas cejas, ella es ícono para la comunidad LGBTIQA+, por la valentía con la que enfrentó sus motivaciones sexuales en un momento histórico de represión social y familiar.
Su padre Guillermo Kahlo era un fotógrafo emigrante alemán, mientras que su madre Matilde Calderón, era más mexicana que los jalapeños y los tacos.
La poliomelitis fue el primer infortunio de salud para la artista, dejando secuelas en su motricidad.
Esta joven rebelde, impetuosa, anarquista, sufrió a los 19 años un aparatoso accidente en el autobús donde viajaba siendo arrollado por un tranvía. Se fracturó la columna vertebral, la clavícula, la pelvis, se dislocó uno de sus pies y sus hombros. Su cuerpo fue sometido a treinta y dos operaciones por lo que estuvo en cama un largo tiempo y aún así las flores adornaban su cabellera rodeada de pinceles, óleos y lienzos en medio de su impotencia y profunda tristeza.
Diego Rivera la conoció en 1928, quedando cautivado por su talento artístico, su espíritu guerrero, su complejo mundo psicológico reflejado en sus obras e inspiración poética.
En 1929, ambos artistas plásticos unieron sus vidas, su convivencia estuvo llena de altos y bajos: infidelidades, abortos, arte, divorcio, apegos, crisis existencial, alcohol y letras.
Frida Kahlo se refugió en los brazos del político León Trotski, quien la consoló y amó.
Ella escribió: “El mundo es de quien nace para conquistarlo y no de quien sueña que pueda conquistarlo”, “Yo soy mi propia musa”.
Tristemente en 1953 tuvieron que amputarle la pierna derecha producto de una infección, cada día sus sombras la acechaban, intentando suicidarse en varias ocasiones.
Cuando el ocaso estaba a punto de llegar, su pluma no se detuvo al escribir: “Cuando muera quemen mi cuerpo, no quiero ser enterrada, he pasado mucho tiempo acostada”.
Sus últimas palabras en su diario fueron: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.
Sus obras lucen en las cálidas paredes de los más exquisitos museos del mundo.
La soledad la hizo pintar infinidad de autorretratos.
Uno de sus poemas más cautivadores:
“Mereces un amor que te quiera despeinada,
incluso con las razones que te levantan de prisa y con todo y los demonios que no te dejan dormir.
Mereces un amor que te haga sentir segura, que pueda comerse al mundo si camina de tu mano, que sienta que
tus abrazos van perfectos con su piel.
Mereces un amor que quiera bailar contigo, que visite el paraíso cada vez que ve tus ojos y que no se aburra
nunca de leer tus expresiones.
Mereces un amor que te escuche cuando cantas, que te apoye en tus ridículos, que respete que eres libre, que te
acompañe en tu vuelo, que no le asuste caer.
Mereces un amor que se lleve las mentiras, que te traiga la ilusión, el café y la poesía” (FK).
Eternamente Frida, evocarás la danza del amor como una sinfonía, un amor que no sea utilización del otro, sino los que hacen temblar de pasión y no de miedo.
¿Quién soy yo para juzgarte Frida?
Marbella Díaz Wever
Licda. Educación/Orientadora
Locutora UCV – Escritora